viernes, 16 de octubre de 2015

No sos punk (o sos demasiado punk).

   - Sos demasiado punk para mi. - me dijo, con la voz temblorosa, a la sombra del viejo sauce una tarde de verano.

   En realidad era un intento de explicación a algo que no tenía explicación. Ambos sabíamos que no había vuelta que darle, pero no podía quedar todo en la nada (o más en la nada de lo que ya estaba).
   Y la verdad es que no, no soy punk, nunca lo fui, probablemente nunca lo sea y tampoco quiero serlo, aunque ella (y varios más) digan lo contrario. Aunque, siendo sincero, nunca supe con exactitud qué es "ser" punk. No hay una guía, manual o libro de la serie "for dummies" de cómo ser un buen punk, y cuándo se es "demasiado punk".
   Si definimos al punk como el típico rebelde de cresta con el símbolo anarquista dibujado con cabello a un costado de la cabeza que discute con todo el mundo, busca pelea por cualquier boludez, no respeta a los profesores y siempre termina en la dirección planteándole sus problemas a un rector cincuentón ex-hippie y haciéndose la víctima (con razón o no) de discriminación por su condición de "punk", si, pasé por esa etapa de la adolescencia en la que uno no sabe que concha quiere hacer con su vida y necesita demostrar su indecisión con actos de vandalismo y raros peinados nuevos. Pero en sí eso es lo más cerca que estuve de ser un "punk estándar".
   Me viene a la memoria una vieja publicidad de un vino en la que había un grupo de estos "standard-punks" buscando algo por lo cual brindar, en lo que uno dice "porque me amigué con el sistema", para acto seguido arrancarse la cresta picuda de utilería y su "uniforme punk", quedando simplemente pelado y con camisa blanca y pantalón de vestir, alzar los brazos y gritar a la ciudad "Sistema, ¡¡¡te quiero como sos!!!". Bueno, una vez conocí a un tipo así, que no encajaba estéticamente con su grupo: todos ellos punks a la vista y él de camisa y corbata. Pero aún así estaba con ellos sentado en la vereda tomando una Palermo y escuchando La Polla. Los amigos eran todos mecánicos, albañiles, remiseros (típicos trabajos del "punk obrero"), pero él era cajero en un banco en plena City porteña. Y aún así era punk, el más punk del grupo según sus amigos, porque (me explicaron) nunca le gustó "disfrazarse de punk", ser un ejemplo más del estereotipo. Rechazaba todo aquello que podía revelar su punkidad, pero sin meterse de lleno en el Sistema. Estaba en el Sistema (como todos), pero no con él (como todos los punks); era punk, pero en carácter, no en estética. Era un punk que se rebelaba contra en estereotipo del punk, y eso lo hacía más punk que el propio punk.
   Claro que un pendejo de 13 años que toda su corta vida se vio obligado a escuchar chamamé, Michael Jackson y Yerba Brava apenas podía entender lo que un grupo de punks del conurbano tenía para decirle acerca de la vida, pero desde entonces me pregunto si será cierto que lo más punk que puede haber es un punk que no acepta parecer uno más del montón y anda por ahí de camisa y corbata y un peinado impecable, mientras el resto de la monada va con sus borcegos y sus cabellos de formas y colores llamativos (no por ello descuidados).
   Si estos punks anti-punks (el de la publicidad y el banquero) son lo más punk que hay o no, no lo sé. Y algún desubicado (¿por qué "desubicado"?) dirá que me parezco a ellos al no pretender ser uno más del estereotipo conservando la actitud de me-chupa-un-huevo-todo (que no sé si tengo, dicho sea de paso; pero vos sabrás mejor que yo, porque nunca me doy cuenta de nada).
  Más allá de las veces que me dijeron "sos demasiado punk" desde aquella tarde de hace algunos eneros hasta hoy, no, no me considero punk, y tampoco pretendo serlo (ni parecerlo).

   - Tenés razón - admití finalmente, reflejándome por última vez en aquellos ojos color ámbar que no creo poder olvidar. -, soy demasiado punk para vos.