lunes, 26 de diciembre de 2016

   Desperté de inmediato cuando sentí que se sentó en mi cama. Normalmente hubiera visto en mi celular qué hora era, pero en ese momento pensé que el tiempo era lo de menos.
   – Te preguntaría cómo entraste, pero en realidad no me interesa saberlo.
   – Tampoco me creerías, supongo.
   – Como si lo increíble no fuera lo que nos tiene donde estamos ahora. ¿A qué debo el honor de tu visita?
   – Sólo pasaba a decir "hola" y ver como te va.
   – Me ha ido mejor y me ha ido peor, y algunas cosas nunca cambian...
   – ... "y probablemente nunca cambien", si, siempre decís eso. Veo que seguís siendo un pesimista.
   – Y probablemente nunca cambie.
   – Yo no estaría tan seguro. Te noté bastante optimista últimamente.
   – ¿Con respecto a cuándo?
   – ¿Mediados de año?
   – Y a principios de año estaba mucho más optimista que ahora. Todo es relativo. Además, ¿dónde estabas en ese entonces?
   – Vos tenías tus asuntos y yo tenía los míos.
   – Me gustaría saber cuáles eran los tuyos.
   – Eso es algo que de verdad no creerías.
   – A ésta altura del campeonato, estoy dispuesto a creer hasta en el horóscopo.
   – Jajajajaja... Mirá, te contaría, pero es difícil de explicar. Aparte, ya te va a tocar, así que no te preocupes. Y tampoco quiero adelantarte nada.
   – Gracias por conservarme la sorpresa.
   – No es por eso, es porque te conozco y sé que para vos hay una sola forma de averiguar las cosas.
   Hasta ese momento no había abierto mis ojos. Lo busqué con la mirada un momento pero sólo ví oscuridad. Sin embargo, sabía que estaba ahí.
   – ¿Acaso eso es una invitación?
   – Sabés que no depende de mí. De hecho, prefiero que cada quien siga en donde está un tiempo más. Sé que, en un mundo ideal, no pensás venir a verme en un largo tiempo.
   – Los mundos ideales no existen.
   – Pero aún así seguís acá. ¿Cómo era eso que dijiste alguna vez? ¿"No sé qué estará pasando en otros mundos, pero dudo que puedan ser mejores que éste"?
   – Eran dimensiones, no mundos... ¿también estabas ahí?
   – Suelo estar más cerca de lo que pensás.
   – Eso era algo que no necesitaba saber, pero supongo que gracias.
   – De nada... Che, tendrías que ordenar un poco este desorden. Casi me maté tropezando con todo lo que está en el camino.
   – Que irónico –reí–, matarte justo vos. Con respecto a ordenar esto, no es que tenga mucho tiempo que digamos, y tampoco sé por dónde empezar.
   – Si no parece haber un principio, podés empezar por donde quieras. Y hablando de tener las cosas en orden, ¿dijiste todo lo que tenías que decir? Digo, ante cualquier eventualidad...
   – Está todo dicho... bueno, tengo que ponerle los puntos a algún que otro individuo, pero puedo vivir con eso. Por lo demás, todo en orden.
   – Ajá, ¿y lo que tenías que hacer? Ya no decir, sino hacer.
   – Lo que depende pura y exclusivamente de mí, si.
   – Y eso significa...
   – Que cuantas más personas se ven implicadas en un hecho, menos son las probabilidades de que salga bien.
   – Vos y tus leyes de Murphy. Después te quejás del horóscopo.
   – Y bueno, hermano, cada loco con su tema.
   Se levantó. Al ser consciente de mis palabras, me senté en la cama.
   – Nunca antes me habías dicho "hermano".
   – Me acabo de dar cuenta. Y bueno, se me escapó, ¿qué se le va a hacer?
   – Y sí... bueno, te dejo. Estamos en contacto.
   – Eso significa que vas a estar más cerca de lo que pienso cuando menos lo imagino, ¿no?
   – Parece como si me conocieras de toda la vida.
   – Algo así –sonreí. Al momento, lo escuché tropezar con algo.
   – Pero la re puta madre, ¿qué mierda es esto, boludo?
   – Debe ser la silleta donde tengo los retazos de ropa.
   – ¿Y por qué tenés una silleta con retazos en medio del camino?
   – Se supone que vivo solo, ¿no? Yo no me tropiezo porque sé que está ahí. Además esos retazos los ocupo para arreglar o reforzar otras cosas a las que le faltan unas puntadas.
   Se rió por lo bajo.
   – Siempre hay un roto para un descosido.
   Cuando alcancé a prender la linterna, ya no estaba. Me levanté, moví la silleta fuera del camino y volví a acostarme.

viernes, 16 de diciembre de 2016

ROLDÁN, Gustavo. Maldición de Dragón.

   Que tengas comida hasta estar harto todos los días de tu vida. Y que vivas muchos años. Que nunca te falten ni el agua ni la luz. Que los senderos sean suaves cuando los camines. Que las espinas se aparten de tu lado. Que tus enemigos te dejen pasar sin atacarte. Que ningún dolor te hiera en el costado. Que nadie te lastime a traición. Que nadie te ofenda ni siquiera con un gesto. Que tengas todo lo que se pueda desear, por largos, larguisimos años.
   Pero que te falte el amor.

jueves, 1 de diciembre de 2016

El penitente (y la indómita)

Me habían dicho que no se comportaba.
Atrapada en la espontaneidad era una amenaza.
Supongo que alguien debía hacer algo.
Pero, ¿queda algo por civilizar?
No me aburro de pensar en ello, porque soy la unión de tres elementos; tierra, cielo y agua; y digo cielo y no aire, porque éste ya es de ella.
En cambio yo pertenezco a las alturas.
Es algo que me libera con ilusión, pero yo sé que ella me lo cela.
Lo único que no tiene.

Nos fuimos conociendo de a poco.
Incluso ahora me extraño cuando calla.
Me hace perder la noción del tiempo cuando está triste.
Siento como vibra debajo de mi,
E imploro al Sol que por favor me desmorone en ella.

Siempre pude verlos, pero me fue difícil darme cuenta.
En cambio, ahora sé que es él el que esta en ella.
La seduce y ella acaba escurriendose rendida, estirando sus quebradizos brazos para alcanzarme,
Y yo sin poder hacer nada.
Espero el atardecer donde la veo toda,
Entrecierro los ojos de vergüenza,
La descubro en un instante y ella baila,
Para ser siempre nueva,
Siempre lejana e indómita.

No entiendo qué es lo que habré hecho.
¿Por qué me condenaron a observarlos?
¿Acaso no sabían que terminaría anhelandolos,  como su guardián devoto y fiel?
Y, en cambio, ella va dejando besos y abrazos en otros dominios que no son los míos,
Y tengo que soportar verla cambiar frente a mí,
Enamorada del cielo, que otrora creyó era una extensión de ella.
Pero ya paso mucho desde aquello.

Cuando empecé a formar parte de su panorama, la sacó de quicio no poder tocarme.
Me decía que iba a tomarme y que por siempre sería suyo.
Y durante las noches, no sabía porqué, me decía,
Quería bailar, me decía.
Pero yo no era el que bailaría con ella.
Mientras escurrida por esa fuerza invisible que me azota a diario,
En su danza, me embestían,
Y yo entrecerraba los ojos y echaba vistazos, sonrojado y aturdido,
Cómplice de los dos amantes,
Rebeldes,
Atrapados en la espontaneidad e indómitos.
Trato de ser devoto a su amor.

Me habían dicho que abarcaban casi todo el mundo
Y no pude evitar sonrojarme.