viernes, 28 de agosto de 2015

La canción sigue siendo la misma.

   02:23 a.m., estoy acostado viendo la película de Led Zeppelin, The Song Remains The Same, por enésima vez en TCM. Están tocando Stairway to heaven, justo recién empezó el solo. La Gibson de doble mástil de Jimmy Page es todo lo que está bien en esta vida.

   Hay solo dos películas que podría ver una y otra y otra vez sin cansarme: Hombres de Honor, y esta. Igual, esta vez no la estoy disfrutando. Estoy intranquilo, no puedo dormir. Muevo el pie derecho con nerviosismo, como un tic incontrolable, como si estuviera marcando el ritmo de un solo de DragonForce, como si Joey Jordison se estuviera mandando alto solo de batería con un solo pedal de bombo. Algo me quita el sueño, pero no logro identificar qué.

   Renuncié al laburo y ando tirando currículums; estoy buscando mi quinto trabajo en menos de un año. Lo que fácil viene, fácil se va, así que no me caliento. Pronto llegará.

   Invité a salir a la mina que me gustaba y no me da pelota, pero tampoco me mandó al carajo. Lo importante es que hice lo que tenía que hacer; no me salió, pero tengo la tranquilidad de no haberme quedado callado, que es lo importante. De todas formas no creo que hubiéramos funcionado, por eso "me gustaba" y no "me gusta"; asumí que era una causa perdida así que no me preocupa.

   Me está yendo como el orto en la facultad. Me cabe por querer ser astrofísico, pero con un par de videitos de Youtube le saco la ficha a ese problemita de mierda de termodinámica en el que me quedé estancado. Y mi vieja insistiéndome para que estudie para despachante de aduana; capaz le de el gusto el año que viene.

   No, che. No logro identificar la causa de mi inesperado insomnio. Hoy no dormí la siesta así que debería estar cagado de sueño; debería estar durmiendo plácidamente, como los bebés de las publicidades de Pampers. Pero no, estoy dándole vueltas a un asunto sin siquiera saber cuál es. Y esta misma incógnita me quita aún más la calma, si es que aún hay calma por quitar.

   Estoy tapado con una sábana, de esas que se usan en verano: blanca, algo transparente, con ella uno se siente más fresco aún que sin ella. Pero a mi me da calor. Me estoy cagando de calor. Siento que me arden las piernas.

   Me destapo. Enseguida siento frío, ese frío que hiela hasta los huesos; como estar a la intemperie momentos antes del alba. Es increíble como un simple pedazo de tela de menos de un milímetro de espesor puede hacer la diferencia entre Siberia y la siesta sahariana. He aquí otro problema de termodinámica irresoluto.

   Reposo boca arriba, mirando al techo... bueno, no precisamente al techo, sino a la parrilla de la cama superior de mi litera; particularmente a un listón de madera que tiene un nudo ovalado con una especie de pupila vertical en su centro, sorprendentemente parecido al Ojo de Sauron. Así me siento, como si tuviera frente a mi al mismísimo Señor Oscuro.

   Pongo la almohada sobre mi frente, forzándome a mantener los ojos cerrados. No me siento cómodo reposando mi cabeza directamente sobre el colchón. La almohada vuelve a su lugar y yo cambio de posición. Me acomodo sobre mi costado derecho... miento, no logro acomodarme; recostarme hacia la pared solo logra mantener, e incluso aumentar mi ansiedad. 180 grados sobre mi columna. Me siento mejor sobre mi lado izquierdo, tanto que vuelvo a indagar las regiones más profundas de mi cerebro en busca de ese cuento inconcluso, ese círculo sin cerrar que no me deja viajar al país de los sueños.

   03:32 hs. Termina la película. Me levanto, busco en mi mochila, como quien busca una respuesta a todas las incógnitas del universo. No encuentro la respuesta, pero si un paquete de Benson & Hedges por la mitad. Con el botín en mis manos salgo al patio del frente a meditar bajo la Luna casi llena. Mi gata me escucha, se levanta de su lecho, un montón de ropa desparramada en la cama de arriba (la cama de Sauron) y decide acompañarme.

   Ya en el patio, perfilado hacia el sur, prendo el primer pucho. Busco la Cruz del Sur, como siempre lo hago. No la veo; para la fecha y hora que es ha de estar por debajo de la línea del horizonte. No estoy seguro, la contaminación lumínica y las casas al otro lado de la plaza me impiden comprobar mi teoría.

   Rastreo la bóveda celeste en busca de una constelación amiga; al Este encuentro a Orión enfrentando a Tauro para poder llegar a las Pléyades, objetos de su deseo. En esta eterna batalla estelar estoy del lado del toro. Hacia el Oeste me observa la Luna, brillante, inmaculada; no hay estrella ni nube alrededor que desvíe mi atención de ella. Sólo un acertijo sin origen ni respuesta dando vueltas en mi cabeza.

   Otro cigarrillo. Unos ladridos distantes rompen el silencio reinante en la madrugada del último viernes de agosto. Definitivamente siento más frío acá que estando destapado en la cama, pero a la vez me siento más cómodo. Es un frío que llega solo hasta la piel, y en el calor interno del cuerpo encuentra un adversario que lo iguala en fuerzas, logrando entre ambos equilibrar la balanza. Que cosa hermosa la termodinámica.

   Pasan los minutos, los cigarrillos, algunas motos por la avenida. Pasan mis pensamientos. No logro descifrar el enigma. Es mi energía oscura; sé que está ahí, puedo sentir sus efectos sobre mi universo, pero desconozco su naturaleza.

   Busco otro cigarrillo y me encuentro con el paquete vacío. Cosas que pasan cuando se dispara sin contar las balas, ensimismado en las profundidades de la mente, navegando sin rumbo en medio de una feroz tormenta de madrugada austral.

   Derrotado por mí mismo, decido volver a la frialdad de mi lecho. Abro la puerta y dejo pasar primero a mi gata, que vaya uno a saber dónde estuvo todo este tiempo... hablando de tiempo, ¿cuánto habré estado afuera, de pie, inmóvil, como un gnomo de jardín fumador y pensativo?

   Miro mi celular, 04:56 hs. Una hora y pico, no recuerdo bien, y no estoy para hacer memoria. No más. Un último repaso por las novedades de Twitter: algunas fotos de la nave Soyuz subidas por la NASA, nada interesante.

   Vuelvo a la cama, bajo la atenta mirada del Ojo de Fuego (en este caso, de madera). Morfeo golpea a mi puerta y lo recibo sin muchas ganas. Se sirve un vaso de whisky y se sienta a mi lado a presenciar la batalla entre mi cansancio y mi incertidumbre. Éste último es un hueso duro de roer, pero tarde o temprano caerá ante el primero. Solo entonces el dios de los sueños me posará en sus brazos, asegurándose que yo no pueda oponer resistencia y consiga dormir de una vez.

   Cuál fue el motivo de mi vigilia extendida, quizá nunca lo sepa. Quizá al despertar lo descubra, como quien recuerda de pronto que olvidó algo al salir de su casa. Quizá lo descubra en un sueño. Quizá al despertar no quede rastro del incidente de esta noche, guardando esta aventura en el cajón de las anécdotas.

   Suficiente incertidumbre por una noche. Me voy a dormir, cuando quiera que eso pase.

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