jueves, 17 de septiembre de 2015

Cocktails & Dreams

   Otra noche fría te encuentra recorriendo las calles sintiéndote miserable, impotente, cual único superviviente de una batalla sin vencedores que vuelve a casa a recibir una insípida medalla y años y años de tratamiento por estrés post-traumático. Pero no vas directo a casa; de camino parás en el bar, ese que siempre está abierto cuando lo necesitás, una suerte de Sala de Menesteres donde pasas a meditar, buscar respuestas, o simplemente tomar algo y ver que onda.

   Entrâs y te recibe el sonido de la trompeta de Louis Armstrong acompañando a la voz de Ella Fitzgerald mientras canta Dream a Little Dream of Me. La luz tenue muere al llegar al piso de nogal que cruje levemente con cada paso; un ambiente tibio, acogedor, melancólico. Solo el barman está presente, ese maestro de la alquimia cuyos brebajes son una caricia a los sentidos y al alma, que te transportan a una dimensión personal, intemporal, lejos del mundo y sus demonios y cerca de los tuyos.

   Te sentás y apoyás los brazos en la barra, un suspiro profundo, una mirada afligida al cantinero, que está puliendo una coctelera con un paño de algodón blanco, y agachás la cabeza. No hacen falta las palabras, la señal es inconfundible; interrumpe su ritual, da media vuelta y saca del aparador un vaso old fashioned y una botella de Old Smuggler. Posa el vaso frente a vos y con maestría sirve el líquido ámbar, en una cascada de casi dos segundos que siempre parecen eternos. ¿Hielo? ¿para qué?, lo que necesitás es algo reconfortante, purificador, algo que te haga sentir vivo. El manual del cantinero dicta el deber de devolver la botella a su lugar una vez servido el trago, pero no lo hace; la deja a un lado, al alcance de su mano. Sabe que la va a necesitar más tarde, y vos también: no es la única copa que vas a beber esta noche.

   Tomás es cáliz, no con delicadeza. Lo observás, lo revolvés. El elixir refleja la luz mortecina y brilla en un resplandor dorado. Asomás el vaso a tus labios y un gentil aroma a roble y miel te reconfortan. Un sorbo. Unas suaves notas de tabaco y vainilla quedan impregnadas en el paladar. Bajás el recipiente y con un golpe suave pero audible lo dejâs sobre la barra. Inconscientemente ponés un dedo sobre el borde del vaso y lo recorrés, pensando, mirando sin observar. El tabernero volvió a su rutina de la coctelera. Solo el dulce murmullo del jazz se atreve a romper el silencio.

   - ¿Soy masoquista o qué? - preguntás finalmente.
   - Detrás de todo masoquista, por lo general, hay un sádico con un látigo. - responde el cantinero.
    Con un pequeño sobresalto, una sonrisa se dibuja en tus labios, un tanto jocosa, un tanto irónica.
   - "Las cosas quizás no salieron bien, es momento de partir". - recita él.
   - "Si amas a alguien, déjalo volar. Quiero ser feliz y que seas feliz". - completás. - Es fácil cantarlo, pero cuesta horrores llevarlo a la práctica. ¿No es para mí o qué? -
   - Uno nunca "es para alguien". -
   - ¿Y entonces?, porque es todo lo que busco en una persona, con defectos y todo. -
   - ¿Y vos sos lo que busca? Más aún, ¿sos lo que necesita?
   - Si... bah, creo. Nos conocemos hace bocha, siempre nos llevamos bien, podemos estar días juntos sin aburrirnos. - suspirás - No entiendo. - y terminás la oración con otro trago de whisky.
   - Puede que no quiera arriesgarse a perder tu amistad. También tienen muchos amigos en común y seria incómoda la tensión entre ustedes, si ya no la es. Puede que tenga pensado irse a la mierda dentro de poco. O puede que simplemente no le atraigas. -
   Bamboleás la cabeza considerando las opciones y finalmente vaciás el vaso.
   - ¿Qué te dijo? - pregunta mientras te sirve otra ronda.
   - Que no le interesa tener nada con nadie, que siente que no es el momento. ¿Es posible eso? -
   - Si no fuera posible, yo no estaría de este lado. - responde sin inmutarse.
   - Cierto, me olvidé que te extirparon el corazón. Disculpa. -
   Ahora es el barman quien ríe ante la ocurrencia. - Ojo, no estoy diciendo que no podés sentir nada por nadie. El tema es que si le das demasiada importancia a alguien que no te registra, cagaste. - explica mientras saboreás el segundo vaso. - El interés lleva al deseo, y el deseo al sufrimiento. - remata.
   - Pero tarde o temprano vas a sufrir por algo, es inevitable. -
   - No, el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Vos cuando vas a un recital y hacés pogo salís con dolor en partes del cuerpo que no sabés ni cómo se llaman, sin embargo disfrutás ese dolor y terminás sonriendo, por poner un ejemplo. -
   Asentís tomando otro sorbo.

   - ¿Cómo hacés, boludo? A vos nada te afecta. - preguntás.
   - Muchas cosas me afectan. - corrige.
   - Si, ya sé, pero no estas cosas. Siempre andás en la tuya y no te interesa nadie aparte de vos mismo. -
   - Si no sos lo más importante para vos mismo, te pasan por arriba. -
   - Hablás como un resentido. -
   - Puede ser. La vida nunca me sonrió, siempre se me cagó de risa en la cara. -
   - Pero ahora te sonríe, no me vas a negar que preguntan por vos. -
   - No lo niego, soy consciente de que le intereso a alguien. -
   - Y aprovechá, boludo. Ahora que tenés las puertas abiertas no querés entrar. ¿O me vas a decir que porque te cagaron un par de veces te vas a desquitar con todo el mundo? -
   - No, no es desquitarme con nadie, pero... no me interesa estar con nadie. -
   - Ese verso me suena conocido. - sentenciás con sorna, acercando el vaso a la boca. - ¿No podés simplemente seguirle el juego y aceptar la propuesta? ¿Qué es lo peor que podría pasar? -
   - Porque no voy a andar con alguien sin sentirlo, porque "es lo que hay". Es triste andar mendigando la atención de alguien y que no te registre, pero si te da pelota por lástima y/o de tanto que le jodés, ya es humillante, y no soy tan hijo de puta. -
   Abrís la boca para contestar pero no lográs articular palabra. Tomás conciencia de esa última frase y la sentís como una puñalada a tu amor propio.
   - Me estoy humillando, ¿verdad? - te preguntás en voz alta.
   - Cada día un poco más. - contesta el barman intentando no parecer insensible, sin lograrlo.

   Volvés a recorrer el borde de la copa un momento. - ¿Por qué no me manda directamente a la mierda? Así dejo de ilusionarme al pedo. - te quejás.
   - Porque nadie es tan imbécil de echar por la borda una amistad ya afianzada sólo porque de pronto la otra persona muestra cierto interés. - responde, como si lo que hubieras preguntado fuera un insulto. - Y, conociéndolos a ambos, poco o mucho, sé que su amistad vale lo suficiente como para no arruinarla. - agrega.
   - ¿Estás diciendo que no debería intentar ir más allá?. -
   - No, estoy diciendo que no tienen que dejarse amedrentar por la situación, especialmente vos. ¿No te da pelota?, listo, asumilo. Si podés hacer algo, hacelo; si no, no te escondas ni agaches la cabeza cuando se vean de nuevo. El río sigue su curso: habrán más encuentros, más birras, más gastadas porque el equipo de uno le ganó al del otro; es probable que hasta terminen más unidos. Y capaz algún día hasta se dé... - y antes de que esto último refleje en tus ojos una esperanza renovada, agrega con un suspiro - aunque en tu caso lo veo difícil. -
   - ¿Por qué? ¿Acaso sabés algo? - preguntás impaciente.
   - No, nada concreto. Pero por algo no te da pelota. Sé que tiene una buena razón para no hacerlo, lo presiento. - explica con la mirada perdida, como si pudiera ver más allá en el tiempo. Su respuesta te desconcierta pero a la vez te alivia.
   - El tiempo siempre termina dándote la razón, hijo de puta. -
   - Puede ser. O puede que sólo presto atención a los detalles. -
   - Quisiera poder hacer eso. Enseñame tu secreto. -
   - Simple, mira más allá de lo que ves. -
   - Gracias, Rafiki. - Ambos ríen alegremente un momento.

   - Entonces, ¿abandono toda esperanza?. - consultás, adivinando la respuesta.
   - Eso suena desalentador, me agrada. - contesta con una sonrisa irónica. - Pero ya en serio, no te hagas la cabeza. Si no se te da, te va a ser mucho más fácil superarlo. -
   - ¿Y si, por esas putas cosas de la vida, se me da? -
   - Bueno, recibís algo que nunca esperabas obtener. ¿Qué mejor que una sorpresa agradable? -
   - Y si. - admitís finalmente.

   Vaciás el vaso y lo dejás en la barra, sobre unos billetes que cubren la cuenta y la charla. Agradecés este último detalle y salís del bar, que ya no te parece tan lúgubre como cuando entraste. Afuera, el silencio de las calles vacías transmite una paz confusa, inesperada, mientras te disponés a caminar a casa. El viaje es largo, pero eso no te preocupa; tenés un par de cosas que pensar en el camino.

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