miércoles, 2 de diciembre de 2015

Perfeccionista, competitivo, calentón y la concha bien de mi hermana

   No recuerdo la última vez que necesité aislarme. No recuerdo la última vez que, con justa razón, me eché la culpa de un fracaso grupal (no va a faltar el que, sin mala intención, diga que no fue mi culpa, obligándome a meterme en el orto las ganas de cagarlo a trompadas o al menos gruñirlo por contradecirme). Tampoco que los nudillos me hayan dolido 4 días seguidos por un solo golpe (another busted knuckle taken down by a kick to the balls).

   Como si ser competitivo no me fuera suficiente, también soy perfeccionista. Y cuando algo tan simple me sale mal y trae como consecuencia la derrota, me enojo. Mucho. Conmigo mismo. Pero me descargo con lo que tenga enfrente, sea algo o alguien. Por eso la necesidad de desaparecer, de apagar el celular y no salir de casa por unos días.

   Me gustaría explayarme más acerca de esto, porque me expreso mucho mejor de manera escrita que verbal, pero esta es de esas pocas, poquísimas cosas de las que prefiero hablar. No tiene que ser whisky de por medio en un bar lúgubre, aunque sería ideal.

   Para conversar se necesitan 2: uno que hable y otro que escuche. El problema es que nunca hablo porque creo (y no sé cuanto de razón tendré en esto) que a nadie le interesa escuchar(me). Probablemente esté totalmente equivocado y sea como me dijera alguien cuyo carácter pasa de manera apabullante por encima del mío, que "seguramente tenés a muchas personas que te van a escuchar, incluida yo. Pero tengo esa particular diferencia de que yo te voy a matar".

  “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios… pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión.”

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