viernes, 27 de mayo de 2016

   Jueves, 21 hs. Terminó la clase de Promoción de la Lectura (en el ámbito bibliotecario se habla del pésimo desempeño profesional, que no intelectual, de nuestra profesora), asi que salimos a la vereda a fumar mientras esperamos a la de Inglés, que al final no fue, por lo que volvimos a subir a buscar nuestras cosas para irnos. En el salón, poniéndome la mochila al hombro, propongo ir a la plaza de Mayo y Mendoza, como casi siempre que salimos temprano; dicen que no. Lore señala que justo hoy que propongo algo nadie me apoya. Tristemente, es algo que pasa demasiado a menudo, por eso nunca propongo ni organizo las juntadas. Al bajar las escaleras Solange comenta su deseo de tomar una cerveza. "Vamos" le digo, "todavía es temprano". De nuevo en la vereda me pregunta por el bar de a la vuelta al que siempre voy, Lucía escucha y se nos une.
   Entramos al Aix y, mientras ellas se ubican en una mesa frente a la suerte de escenario, saludo a la moza amiga mía y le pido una Budwieser ("es lo que hay"). Me senté en medio de mis compañeras y alternamos charla con uso del celular. Practicamente no tocamos el tema del instituto, ni de los prácticos ni nada de eso. Termina la cerveza y Lucía invita una segunda, y la tercera, que me propone paguemos a medias.
   Después de un rato de show acústico invitan al micrófono a quien quiera participar. Me levanto y le pregunto al guitarrista si sabe tocar Volver en Guitarra de Roberto Galarza. Lucía y Solange preparan sus celulares para filmar y mandar al grupo. Patricia (dueña del bar y ex-jefa mía) hace lo propio. Unas señoras que acompañan una picada con vino tinto se conmueven al escuchar la canción que voy a interpretar. El bar está lleno, miro por la ventana y afuera está Renzo, viejo amigo de los Linfocitos, tan sorprendido como yo de verme junto al guitarrista, micrófono en mano. Empiezo el recitado, imagino el lamento del acordeón y aguanto el lagrimón mientras intento cantar lo más afinado posible. Me gano unos aplausos y vuelvo a la mesa.
   Pido la cuenta y veo que de las tres cervezas solo nos cobran dos. El dinero sobrante de la tercera de regalo decidimos gastarla en una cuarta. Un pibe sube a cantar La Chacarera, de Las Pastillas del Abuelo, pero se olvida pasajes de la letra, me ve cantarla mientras lleno el vaso y me pasa la posta. Pretendo hacerme el loco pero Sol y Lucía insisten y estoy nuevamente en el escenario. También me olvido la letra pero para entonces ya no importa, ni a mi ni a nadie.
   23:30 hs., media hora después de nuestro horario de salida habitual de clase, pagamos y vamos para el puerto. El 101 está estacionado, esperándonos a Lucía y a mí. Nos despedimos de Solange y subimos. Le cedo el lugar junto a la ventanilla ya que bajo antes que ella. Me pregunta por mi situación sentimental. En medio viaje le resumo lo mejor que puedo mis últimos 6 años de fracasos (no es difícil, es la misma historia repitiéndose de manera exacta una y otra vez). Me pregunta si alguna vez estuve enamorado, pregunta que ya me había hecho a mí mismo y con tiempo para pensar, por lo que le contesto un no casi instantáneo, no sin cierta pena. Me comenta que al menos zafé, no como ella, que sí estuvo enamorada, y empieza a contarme del ex-novio que la cagó, el mismo con el que todavía salía a inicios del ciclo lectivo y que llevó a una juntada del grupo. Hasta nos habían contado la hermosa y trágica historia de cómo se conocieron y empezaron a salir.
   Antes de poder quedarnos en silencio, el colectivo llega a donde yo tengo que bajar. Me despido de Lucía con una palmadita al hombro, me levanto a tocar el timbre y bajo a la vereda. Camino la media cuadra hasta el rancho con toda la paciencia posible, sin importarme el frío. No quiero llegar a casa; nunca quiero llegar a casa, si es que se le puede llamar "casa". Entro y saludo a mi vieja con la frialdad de siempre, me hago un sandwich con la milanesa del mediodía y simulo que presto atención a lo que me dice. Según ella, sus ataques de asma y posible neumonía (la cual, para confirmar, le mandaron a hacerse placas), son culpa mía por tomar clonazepam por mi depresión, cosa que cree firmemente que invento para mortificarle la vida y estar tirado todo el día. "Ajá" nomás le digo, y, agotado, me tiro a la cama. Por suerte, esta noche no necesité una pastilla para dormir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario