martes, 10 de noviembre de 2015

Fight, fight, you'll never win.

   Estábamos en la piscina tomando cerveza y escuchando Flema y La Polla Records mientras esperábamos que las brasas terminaran de cocer los chorizos que habíamos dejado sobre la parrilla. Jugábamos a una especie de fútbol-tenis acuático: dividimos la piscina en dos atravesándola con una red de voley y armamos los equipos. De un lado el Cuaty, Robert y Seba (con su prominente panza cervecera, a la cual todos estamos destinados), del otro, Geropa y Tarta (los mellizos), y yo. Ganaron ellos, nos gastaron y salimos a prepararnos los choripanes antes que la carne se nos achicharrara.

   Después de secarme y degustar el quinto sandwich (con más chimichurri que carne) agarré mi guitarra, la enchufé a la netbook, abrí el Guitar Rig y empecé a tocar sobre las canciones que sonaban. Lo bueno de la música punk es que es fácil de tocar; eso, sumado a mi (modestia aparte) destacable sentido del oído, hacía que para la mitad de la primer estrofa ya hubiera sacado los acordes correctos, para admiración de mis amigos que ya empezaban a expresar el sueño adultescente de formar nuestra propia banda.
   - Vamos a llamarnos "Los Prepucios". - dije, y empezamos a reir.
   - No, no, no - interrumpió Seba -, mejor "Los Oldenait". - y estallamos en carcajadas mientras dirigimos las miradas a Robert, a quien siempre gastamos con eso del gigoló, que también estaba riendo.

   - Bueno, vamos a salir a joder por ahí. - dijo el Cuaty. Apoyamos la idea y ellos entraron a la casa a vestirse mientras yo fui para la piscina a buscar la pelota, que quedó flotando abandonada. Estaba en la parte honda y a mi me sale perfecto el "estilo piedra" (entro al agua y me hundo), pero sí sé brazear, por lo que era cuestión de tomar la caprichosa, tirarla al césped, nadar hasta el borde y salir.

   Me tiré al agua. Antes de poder saber dónde estaba, sentí un calambre en el abdomen. Intenté llegar hasta el borde de la piscina pero no estaba a mi alcance, y cada movimiento me generaba más dolor. Me hundía. Abrí la boca para pedir auxilio pero terminé tragando agua. Me hundía hasta el fondo. Me desesperé.
   - ¡¡¡Eh, Tapia se está ahogando!!! ¡¡¡Vengan, ey!!! - eschuché la voz de Robert. Sin duda toda la cuadra se enteró de mi situación, pero a mis oidos llegó como un sonido distante, amortiguado por el agua que me abrazaba y me aprisionada y no mostraba ni la más mínima piedad para conmigo. Acabadas mis fuerzas y mis ganas de luchar una pelea que nunca iba a ganar, me rendí.

   Desperté. Despegué la cabeza de la almohada como quien levanta una piedra del suelo. Miré mi celular, entrecerrando los ojos para que su luz no me hiciera tanto daño, y vi la hora: 06:30 a.m.
   - Morí como un boludo. - atiné a balbucear, recordando los sucesos oníricos. Pensé en levantarme a preparar un café, pero el cuerpo y los párpados me pesaban, así que me hundí nuevamente sobre la almohada.

   Empecé a toser y a escupir agua. Abrí los ojos y vi a los vagos alrededor mío, los rostros preocupados mutando en alivio.
   - Tapia, boludo, te estuvimos reanimando como 5 minutos. Creímos que ya te nos fuiste. - dijo Geropa, en un tono mezcla de reproche y alivio.
   - O sea que me morí y resucité... ¿cuántas veces les dije que si me moría no me reanimaran? - pregunté indignado.
   - Nunca. - contestaron, extrañados por mi protesta.
   - Bueno, ahora ya saben, para la próxima - sentencié -. Igual, gracias por traerme de vuelta. - dije, levantándome a abrazarlos. "A este mundo de mierda" quise agregar, pero no encontré manera de decirlo sin sonar ingrato.
   Con una sensación de bronca porque no me dejaron descansar en paz, pero a la vez de júbilo, al darme cuenta de que tengo amigos que aún en pedos son capaces de arrancarme de entre las frías y suaves manos de la Muerte, fui hasta la conservadora y saqué una botella de cerveza que abrí con los dientes, en contra de todos los consejos y puteadas de mis odontólogos.
   - Guarda, no te vayas a ahogar otra vez, hijo de mil puta. - gritó el Tarta, con voz burlona.
   - Pfff, no me mataron 60.000 litros de agua, mirá si me va a hacer algo un litro de cerveza. - repliqué, para no ser menos, y me llevé la botella a la boca, dando mi primer beso en esta nueva vida.
   - Calmate pue, Highlander. ¿Chev Chelios ta no te dicen a vos? - atacó Robert, y todos reímos nuevamente, los ánimos calmados.

   - Bueno, ahora sí vamos. - dijo el Cuaty, y esta vez entramos todos a la casa a cambiarnos para salir.
   Nos vestimos como punks. En realidad es algo que nunca hacemos (ni haríamos) porque nos gusta la música punk, pero no nos consideramos como tales. Simplemente somos los vagos y nos vestimos como queremos (y podemos), con la ropa que tengamos a mano. Y esa vez teníamos "ropa punk". El Cuaty con su campera de cuero negra, Seba calzándose unos borcegos, y yo con una campera de jean con parches de Dead Kennedys y Dropkick Murphys, entre otros. Agarré mi longboard y salimos a la vereda. Seba enrolló la cadena, asegurando la reja, y cerró el candado.

   - Eh, manga de putos. - escuchamos a lo lejos. Dirigimos la vista hacia una esquina y vimos a un grupo de calvos apuntándonos con el dedo, viniendo hacia nosotros. Uno de ellos tenía una remera roja con la esvástica nazi pintada. Skinheads neonazis.
   - Eh, mirale pue a estos que están buscando bardo. - comentó el Cuaty mientras agarraba del suelo la pata rota de una mesa. Tarta, Geropa y Robert también buscaban en el suelo algo que usar como arma. Seba sacó el candado y se escuchó el sonido de la cadena desenrollándose. Yo me aferré a mi fiel tabla de skate. Con la adrenalina a flor de piel, fuimos al encuentro de los skins.
   - ¿Son pesados, ustedes, cabezas de mi picho? - provocó el Tarta, y tiró un piedrazo que fue a dar en el pecho de uno de los del otro grupo. No le presté atención, yo tenía la mirada fija en el de remera roja.

   Nos encontramos. Piñas, patadas voladoras, cabezazos. Una batalla campal sin reglas, donde lo único que importaba era herir lo más posible al adversario.

   Agarré mi tabla por la parte trasera y con la delantera intenté "apuñalar" al de remera roja en el pecho. Atajó la estocada y alcancé a pegarle una patada circular al costado de la rodilla antes de que se le ocurriera hacer otra cosa. Soltamos ambos la tabla y empezamos a intercambiar golpes. Una piña a mis costillas, un cortito a su nariz, una patada a mi estómago. En un momento vi un espacio y no dudé: le dí una patada certera de puntín, directo a los huevos. Se agachó, llevándose las manos a la zona inguinal, y acerté un rodillazo de lleno en su cara. Cayó con la nariz rota y me abalancé sobre él, atacando su cara con mis puños. Una trompada, dos, tres. Volví en razón, pero no me detuve: empecé a tararear alegremente un fragmento de la ópera Carmen mientras, al ritmo, seguía golpeándolo.
   Así estaba, tarareando y golpeando y riendo lleno de dicha, cuando sentí un golpe en mi zona lumbar. Miré sobre mi hombro y vi un tubo de hierro blanco con manchas de corrosión acercándose ferozmente hacia mi rostro. Caí de nariz al piso con el primer fierrazo. Un segundo. Un tercero. El cuarto ya no lo sentí.

   Desperté de nuevo. Volví a revisar el celular. 12:30 p.m.
   - La concha de mi hermana, morí de vuelta. Qué pelotudo. - dije, esta vez en voz alta. Ya no me pesaba el cuerpo ni los párpados, así que me levanté.
   Miré mi celular nuevamente y tenía un audio de Whatsapp de Geropa diciéndome que vaya a ayudarlo con el catering para la fiesta de 15 de su prima, como habíamos acordado.
   Me preparé un sandwich de milanesa y me senté sobre el longboard a comer, preguntándome por qué lo había elegido como arma, en vez de buscar una piedra suelta en la calle o ir a mano limpia. Después me pregunté por qué no me levanté a buscar un nuevo rival estando el de remera roja ya vencido, en vez de dar rienda suelta a mis más sádicos instintos mientras dejaba mi espalda indefensa ante el fatal ataque oportunista que me devolvió a este mundo.
   - Por pelotudo - concluí entre bocados. - Morí por pelotudo. Como siempre.

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