miércoles, 11 de noviembre de 2015

Fuego saliendo de la cabeza del Mono.

Érase una vez, al pie de una gran montaña,
un pueblo cuyos habitantes eran conocidos como la Gente Feliz.
Su existencia era un misterio para el resto del mundo,
oculto como estaba tras las grandes nubes.

Allí disfrutaban de sus pacíficas vidas
inocentes a la letanía del exceso y la violencia
que crecía sin cesar en el mundo exterior.
Vivir en armonía con el espíritu de la montaña, llamada Mono, les era suficiente.

Un día, Gente Extraña arribó al pueblo.
Llegaron camuflados, ocultos tras lentes oscuros,
pero nadie los vió.
Sólo veían sombras.
Sin la Verdad de los Ojos, la Gente Feliz fue ciega.

Cayendo de aviones y escondiéndose en agujeros,
esperando a la puesta de sol, la gente va a casa.
Saltan detrás de ellos y les disparan en la cabeza.
Ahora todos están bailando la Danza de los Muertos... la Danza de los Muertos... la Danza de los Muertos...

Con el tiempo la Gente Extraña encontró su lugar en las partes altas de la montaña,
y es allí donde hallaron cuevas de inimaginable belleza y sinceridad.
Por casualidad se toparon con el lugar al que todas las almas buenas van a descansar.

La Gente Extraña codiciaba las joyas de estas cuevas por sobre todas las cosas,
y pronto comenzaron a minar la montaña,
su rica veta alimentando el caos de su propio mundo.

Mientras tanto, abajo, en el pueblo,
la Gente Feliz dormía inquieta,
sus sueños invadidos por figuras sombrías que cavaban sus almas.

Cada día despertaban y miraban hacia la montaña.
¿Por qué está llegando la oscuridad a sus vidas?
Y como la Gente Extraña minaba más y más profundo en la montaña
comenzaron a aparecer agujeros, trayendo con ellos un viento frío y amargo
que enfrió hasta la misma alma del Mono.

Por primera vez la Gente Feliz sintió miedo
porque supo que pronto el Mono despertaría de su letargo.
Entonces hubo un sonido, distante primero,
que creció en una hecatombe
tan inmensa que pudo ser oída muy lejos en el espacio.

No hubo gritos. No hubo tiempo.
La montaña llamada Mono había hablado.
Sólo hubo fuego.
Y después... nada.

Oh, pequeño pueblo en Estados Unidos, el tiempo llegó para ver
que no hay nada que crees desear.
Pero ¿dónde estabas cuando todo esto llegó a mí?
¿Me llamaste? No.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario