jueves, 5 de noviembre de 2015

         [10:39] - Me gustás.
   Pero la puta madre...
         [10:42] - ¿Por qué?
         [10:44] - No sé, me gusta como sos y todo eso. Date cuenta, me gustás y quiero estar con vos. Punto.
   Eh... bueno... ay, la concha de la lora.

   Hay gente que toda su vida (bueno, no "toda" exactamente) estuvo en pareja. Tengo una amiga que hace no mucho cortó con un tipo con el que salió desde los 15, casi 10 años. Eran de esas parejas que parecía que nunca se iba a separar, pero un buen día la commedia è finita. Lo bueno es que mi amiga no es de las que llora como una magdalena porque el novio las deja. Lo malo es que después de estar tanto tiempo y hacer tantas cosas con alguien más, no sabía estar sola, y la simple idea de estar sola la aterraba. Tardó 4 días en empezar a salir con otro tipo al que, lógicamente, ella encaró. Su temor hacia lo desconocido (la soledad) la empujó a buscar casi con desesperación alguien que llene el vacío que dejó su anterior novio.

   Bueno, a mí me pasa al revés: de pendejo, cuando las hormonas empezaban a hacer su magia, yo era un tímido fracasado que no se levantaba ni a la mañana y, encima, no sabía bailar ni el vals. Todos mis amigos caradureaban, chamuyaban como los mejores y andaban con una (a veces dos o tres) y yo ahí, yurú chupita, jugando al King of Fighters hasta que los putos botones se hundían y había que llamar al técnico para que venga a casa a arreglar (y, de paso, nos regalaba créditos en todas las máquinas). En fin, de a poco dejé de preocuparme, fui asumiendo la soledad sentimental y aprovechando los beneficios de manejarme siempre solo por todos lados hasta que me (mal)acostumbré y desembocó en esto: no sé no estar solo. Es decir, me acostumbré tanto y tan bien a ser un lobo solitario que cuando tengo la oportunidad de cambiar eso ante una posible relación, simplemente no sé qué hacer, me paralizo y, con suerte, duro 3 semanas en pareja hasta que mi indiferencia emocional se vuelve tediosa para la otra persona y decide mandarme a la mierda.

   Cosas simples que toda pareja hace prácticamente de manera instintiva, como ir a pasar la tarde al Camba Cuá (la actividad más sobrevalorada de la República de Corrientes) a mi me complican. Claro que sé ir hasta el Camba Cuá (soy boludo, pero no tanto), pero ¿después qué? Nunca pregunto nada y casi no hablo si no me preguntan, por lo que estar a solas conmigo es verme mantener la boca cerrada durante el tiempo que dure la reunión. Aunque soy así con todo el mundo, mis amigos pueden dar fe de ello; no importa que pasen meses desde el último encuentro, nunca hablo, nunca cuento nada nuevo, nunca un chiste de Jaimito, nunca nada. Solo opinar y responder preguntas concretas (y dejar el "visto" en un chat cuando ya no se me ocurre como continuar la conversación).

   Pero no es que solamente tenga problemas para comunicarme, sino que me tomo demasiado en serio el papel de tipo racional y sin emociones que se sienta a analizar lo que pasó en el partido en vez de salir a la caravana a festejar que Boca salió campeón. Rara vez dejo salir mi parte emocional, y esto se traduce en mi cara de "¿y acá que pasó?" cuando me abrazan con cierta efusividad, o correr la mano de lugar cuando pretenden tomármela. No es que no me guste el afecto y el contacto humano, pero podría decir que mi indiferencia emocional (si hay algo que amo es ese concepto) es un mecanismo de defensa ante el riesgo potencial de ser lastimado; pero mis intenciones son más nobles (o al menos eso pretendo hacer creer): no quiero estar con alguien sabiendo que la voy a tratar con desdén. Después de todo, nadie quiere (ni debe) dar afecto a una persona que no sabe corresponderle. Y yo no sé corresponder. De verdad, no sé.

         [12:49] - ¿Estás?
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